Me lo pregunto cada que te extraño, en esos días en donde todo es más urgente que estar contigo. Yo creo que es por tu capacidad de adaptarte a las diferentes situaciones, a los mil y un espacios que se te presentan, eso es lo que más me gusta de tí. No, miento, es tu voz, tu dulce voz la que me doblega: enérgica, triste, suave, alegre, todo depende de la ocasión, y siempre expresando frases intensas de amor, de enfado, de alegría, de terror, de tristeza, de fiesta y frenesí.
Sí, sé que te he abandonado y que no encuentras en mí lo que tu alma merece, lo lamento en verdad. Y no, no pienses que es por tu hermano mayor, él me gusta desde que lo conozco, lo sabes, pero nunca he intentado nada con él, no me atrevería a destrozarme el corazón nuevamente.
Vamos, no te preocupes por mí, ya ni siquiera me molesta que otras manos te toquen; es que me gusta verte tan radiante, aún cuando no sea yo quien logre sacar esos suspiros tan profundos de tu ser. Creeme, yo también lo disfruto a mi modo, y lo disfruto mucho.
Pero no estas molesto ¿verdad?, Claro que no, todavía puedo contar contigo, aún puedo recurrir a tí en los días grises para abrevar en tu consuelo, aún estás dispuesto a brindarme generosamente interminables horas de placer extremo y a terminar los dos envueltos en una danza despojada de todo límite espacial.
Vamos, juguemos un rato juntos, puedes recargarte en mi hombro, como solías hacerlo, y tú cantarás un poco para mí. Ya sabes, después de un rato todo será casi como en los viejos tiempos...