11 diciembre 2008

Culpa II

Va la segunda versión para dejar un poco más claras algunas ideas
Texto original publicado el martes 9 de diciembre de 2008.


Ayer viví un domunes, es decir, fusioné domingo y lunes en una sola jornada. Hace un semestre fue toda una experiencia. Sentí que me liberaba de mis propias necesidades de dormir y me sentí, en cierta manera, poderosa. Pero esta vez ha sido notablemente diferente en el aspecto emocional (¿y de qué otra manera si me quedé despierta toda la noche hasta ver salir el sol por mi ventana, justo como la vez pasada?). En esta ocasión la ansiedad se apoderó de mí durante la noche y la culpa me abrumó desde el momento en que "terminé" mi examen final. Como se trataba de una incomodidad que yo sola me había buscado, me sentí más una masoquista que una heroína de la necesidad. Adopté una actitud que he notado especialmente en algunos devotos y que en muchas ocasiones yo misma he criticado, y que consiste en abrigar resignadamente el sufrimiento causado por las propias faltas. Así que acepté, sin consideraciones por mí misma, todo el malestar que me causaba la falta de sueño, desde la pesadez de mis articulaciones y las nauseas hasta el temblor de todo mi cuerpo, pasando por esa sensación de explosión en la cabeza cada vez que el timbre del camión sonaba para pedir una parada; siempre con las palabras “Te lo mereces” sonando en mi mente. Dado que no se trataba de seguir buscándome dolores, en cuanto llegué a la casa me dormí tres horas y al despertar sólo sentía ese amodorramiento que surge en personas de horario diurno por ahí de media noche (aunque fueran las 4 de la tarde), pero la culpa seguía ahí. Todavía sigue. Me siento avergonzada y decepcionada de mí misma, tuve toda una semana para realizar, con tiempo y de buena manera, mi examen, pero lo dejé hasta el último momento (verdaderamente el último) y el resultado fue un trabajo mediocre e incompleto (no contesté una pregunta).
      Pero todo esto no viene a ser una confesión, ni siquiera pretendo mostrar que “ya aprendí” y que no lo volveré a hacer (aunque espero que así sea). Más bien escribí todo este rollo porque quiero expresar unas breves reflexiones sobre la culpa.
      En primer lugar, la culpa es un sentimiento que nace cuando se actúa contrariamente a los valores que las personas profesamos. Por lógica, cuando existe culpa también existen valores, así que basta ver el tipo de culpa que surge para saber el tipo de valores que han sido pisoteados por uno mismo. Segundo, como se trata de nuestra propia moral, al incurrir en su agravio sentimos una agresión directa hacia nosotros… hecha por nosotros mismos.
      Creo que es por esta última razón que algunas personas nos entregamos al sufrimiento cuando la raíz del mismo la encontramos en la acción que atentó en un principio contra nuestros valores, porque sentimos merecerlo, es una clase de reproche y un castigo por haber faltado a la moral (nuestra moral). Y en tal actitud existen otros valores involucrados, como el aborrecimiento de la hipocresía, el aprecio de la coherencia entre actos e ideas, e incluso el deber de sentirse culpable después de un acto X. "Donde no hay culpa tras haber mancillado los propios principios, es considerado cinismo" (Valor: "yo no quiero ser cínica además de irresponsable").
      De esta manera, la culpa, que es el sentimiento por haber contrariado nuestros valores, es la consecuencia de otros valores que siguen vivos y nos indican que haber ignorado aquellos preceptos no "está bien" ¿Me explico? La culpa es parte de la moralidad, parte del ser humano y por tanto debemos aprender a vivir con ella como parte de nosotros. De vez en cuando, digo, tampoco se trata de ir por el mundo metiendo la pata a cada rato, ni de no poder superar y perdonar nuestros propios errores, pero la culpa, como la vergüenza, son parte de los procesos que nos permiten ser "mejores personas" (según nuestra propia moral) si sabemos catalizarlos adecuadamente.
      Lo que sí puedo decirles es que el haber tenido mi experiencia con la culpa me ayuda ahora a ser más tolerante con las ajenas. Creo que cuando encontraba tan desagradable esta actitud (la de dejarse sufrir) era porque los valores que estaban en juego eran unos que yo no compartía y ni siquiera comprendía (no haber seguido lo que Dios deseaba (o lo que se creía que deseaba), haber faltado a la moral (una diferente a la mía), etc.).
      Pero ahora, tras estas meditaciones, nuevos valores se han añadido a mi repertorio personal y me he hecho consciente de la parte humana que se manifiesta en las expresiones de culpa. La próxima vez me detendré a pensar en los principios morales de las personas que juzgo y reflexionaré si aquellos son menos válidos que los míos, que proclaman la responsabilidad en la escuela, el realizar bien los trabajos y no procastinar todo al límite, sólo porque se trata de mis ideas y encuentro a la mayoría de las personas que me rodean compartiéndolas.
      Al final de cuentas, creo que se trataría más de realizar consideraciones axiológicas que de condenar fácil y desinteresadamente la actitud de las personas. Todos tenemos nuestros fantasmas morales.

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