08 marzo 2009

Un poco de nostalgía cortesía de Lucía (te quiero)

Yo tocaba el violín. Empecé mis lecciones cuando tenía 17 años y dada mi inconstancia nunca llegué a tocarlo ni siquiera medianamente bien. Pero igual me llenaba de emoción escucharlo tan cerca de mí y me sentía profundamente alegre cuando mi profesor, al cual respeto, admiro y quiero mucho, me felicitaba por mis avances. Cuando tomé la decisión de dejar la ciudad de Puebla y venirme a estudiar al Distrito Federal, sabía que abandonaba más que a mi familia y amigos, pues el cambio de vida era inevitable. Dejé mis clases de violín, el grupo de danzas polinesias en el que bailaba, la ciudad en la que me movía y la gente que conocía.

No es queja, la capital mexicana siempre me ha resultado fascinante, hasta la fecha me maravillan sus calles, su gente, el movimiento cultural e intelectual que existe en ella, además de que mi vida aquí también me ha gustado mucho: la carrera, la vida universitaria, la gente que he conocido y la manera en que se ha formado mi carácter... Pero a veces viene la nostalgia...

Y hoy es un día de esos... está impregnado de una nostalgía bastante curiosa porque a pesar de que extraño todo aquello que dejé, no dejaría lo que ahora vivo por volver a ello. Y entonces cuando me lamento por todo eso que ya no hago, es cuando me empeño en hacer mejor todo en lo que estoy involucrada ahora, para que no haya sido en vano el abandono.

Mi violín... ha estado abandonado desde hace más de cuatro meses, y hoy me pesa su tristeza. Verdaderamente no he encontrado (ni buscado) tiempo para dedicarle, las escuela absorve casi todo mi tiempo y energía. Pero gracias a las hermosas coincidencias que exiten en la vida, he encontrado en experiencias ajenas un paliativo de mis ánimos. Escuchar a verdaderos violinistas jugar con su instrumento me produce una satisfacción alternativa. Es el caso, por ejemplo, de Mairead Nesbit, cuyo estilo de música me alegra muchísimo.

En noviembre pasado, tuve la fortuna de escuchar en la Mega Ofrenda de la UNAM a un grupo de muchachos que apenas están comenzando, pero que cada vez que los escucho, su música me conmueve profundamente y siento que me transmiten la pasión por su arte por medio de los sonidos. Es una ironía que el grupo se llame The Sconek-T y que lo que hagan sea conectarse con el público, porque además es gracias a ese vínculo que algunas personas podemos soportar el hecho de que no tengamos la capacidad de abarcar todas las actividades que nos gustarían y aún así poder disfrutar de ellas (en serio, gracias muchachos)...

Aquí les dejo un cacho-trozo-pedazo super movido de un video que les tomé en la Mega Ofrenda...



2 comentarios:

Omar dijo...

muy bueno, ke buena banda jejeje, no te creas, la vdd, no me gustaria estar en tus zapatos, amo la musica, no veo mi vida sin ella, ke te puedo decir, debe ser demasiada nostalgia, pero gracias por el cumplido, nos sentimos alagados, (creo ke es con "h") es lo ke intentamos, ke la gente tenga un lindo momento con la musica, asi como la musica nos da la felicidad, leer tus notas nos hace sentir completos, gracias, y ke bueno ke te gusta esta ciudad, a mi tbn, pero creo ke si somos muchos, jeje, si puedes evitar manejar, evitalo, jejeje( el traumado).


cuidate.gracias de nuevo

Ana Lucía M.M. dijo...

Que triste, que bello. Siempre hay un poco de nuestras pasiones en lo que hacemos. A pesar de terlo abandonado por ahora, el violín es parte de nuestra esencia y podemos hacerlo nuestro por medio de la palabra, del deleite, y de ese sentimiento que nos lleva a buscarlo en todo lugar. Claro que es triste, pero es una tristeza que sabe muy bien.
Yo también te quiero Adris! Además esos recuerdos son cada día más hermosos.